lunes, 10 de enero de 2011

LA ESCRITURA COMO LIBERACIÓN DEL MAL

“La muerte habría sido una liberación, pero yo no quería morir todavía, cuanto más dismunía físicamente, con más ahínco conservaba, una moral de acero,pero ¿por quién? ¿por qué?”. Denise Affonço


Nietzsche sostuvo que hay felicidad en el olvido. El joven e intempestivo filósofo escribió en 1873 a propósito de la utilidad e inconvenientes de la historia para la vida: “es posible vivir, y aun vivir feliz, casi sin recordar, como lo muestra el animal; pero es totalmente imposible vivir sin olvidar”. Algunos de los testigos del mal en el siglo XX, como Jorge Semprún, necesitaron dejar pasar muchos años hasta que sintieron no tanto la necesidad de recordar como el deber de que los demás no olviden: “Así como la escritura liberaba a Primo Levi del pasado, apaciguaba su memoria (…), a mí me hundía otra vez en la muerte, me sumergía en ella”, confiesa Semprún en La escritura o la vida.
El caso de Denise Affonço no es diferente. Logró sobrevivir de espaldas a su pasado hasta que un día se encontró con un profesor universitario francés que negaba el genocidio de Pol Pot. Ello le hizo recuperar el valor para afrontar la muerte desde la escritura. Y aunque las notas en las que está basado este testimonio datan de unos meses despúes del final de la dictadura de los jemeres rojos (cuando preparaba su testimonio en el proceso contra Pol Pot) la autora no publicó este libro hasta el año 2005. Ahora aparece su traducción al castellano.
Nada le hacía presagiar a Denise Affonço que su vida se fuera a detener en las proximidades de la muerte, mientras transcurrieron plácidamente sus primeros 32 años de existencia en Phnom Penh, la capital de Camboya, “el país de la dulzura de vivir”. Hasta entonces trabajaba en la embajada francesa, casada con un chino de ideales comunistas y costumbres burguesas, y con dos hijos. La llegada al poder de los jemeres rojos en 1975 lo cambió todo. Hay instantes en la vida de las personas que son decisivos e irreversibles: cuando todavía estaba a tiempo de huir a Francia con su familia, su marido, ingenuamente contagiado por el paraíso revolucionario de los jemeres, la convenció para permanecer con su familia a la llegada de los “liberadores”.
“Yo siempre había creído que después del nazismo esos horrores no podían producirse”, confiesa Denise. Se estima que el régimen de Pol Pot acabó con una cuarta parte de la población del país, cerca de dos millones de personas asesinadas. Su familia, al igual que toda la población de Phom Penh, fue obligada a abandonar la ciudad para iniciar una nueva vida en el campo donde serían reeducados por los jemeres rojos. Los ciudadanos de profesiones liberales (maestros, médicos, abogados, arquitectos, etc) fueron convertidos a la fuerza en campesinos que trabajaban como esclavos sin apenas recibir comida. Muchos de ellos murieron de malnutrición o enfermedades derivadas de las condiciones inhumanas de trabajo, como les ocurrió a la hija y a la sobrina de Denise.
Los jemeres rojos prohibieron expresar cualquier sentimiento de alegría o tristeza. Pretendían, por encima de todo, eliminar el pasado y abolir el recuerdo de la vida pasada: “Ningún recuerdo de vuestra vida pasada, todo debe ser borrado y olvidado”. La escritura nos devuelve ahora ese pasado sumergido.

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